martes, 21 de marzo de 2017

El 'mojo' de Ann Cole




Un "mojo" es una de esas palabras intraducibles. Según la Wikipedia: un amuleto o talismán asociado con el "hoodoo", que a su vez sería un sistema primitivo de creencias mágico-religiosas del que bebe el folclore afroamericano.

Sea como fuere, cuando el extraño personaje Preston Red Foster ("uno de los seres humanos más tímidos del mundo", dirían de él; para más señas: hombre de color, de unos cuarenta años, con el cabello decolorado y estrictamente elegante), autor de la canción, se acercó al productor musical Sol Rabinowitz a finales de los cincuenta, éste debió de quedar absolutamente subyugado por el hechizo del mojo porque de inmediato reclutó a Ann Cole para grabar "Got My Mojo Working" y girar con ella por los Estados del Sur, por donde la poderosa cantante de rock and roll dejaría a propios y extraños boquiabiertos con su incendiara interpretación. Tanto es así, que el mismísimo Muddy Waters se quedó prendado de la canción y no tardó mucho en grabar su particular versión, hoy por todos conocida.

Pese a todo, la versión de Ann Cole me sigue pareciendo la más prodigiosa, y uno de los momentos más memorables de la música del siglo XX. Con su timbre potente y claro, con su fraseo perfecto y su virtuosismo para el arreglo vocal, Ann Cole catapulta la composición de Foster hasta cimas de perfección, sólo igualable por las mejores mezzosoprano de la tradición clásica. No me cansaré de reivindicar esta legendaria grabación, ni el asombroso poder que de manera imprevista surge como fuerza telúrica capaz de plantarle cara al propio mojo: Foster y Cole y Waters nos hablan de esa "cosa" sexual o pasional, ante la cual se diría que fracasan todos los sortilegios del hoodoo ancestral (“I got my mojo working… but it just won’t work on you…”). Ni patas de conejo, ni mechones de pelo, ni huesos de gato, ni raíces de serpiente negra… nos dice la canción. Sólo el poder mesmerizante de la música (y en particular, de la música rock and roll) se abre paso allí como instancia quimérica que condensa los misterios de la vida y la muerte, las fuerzas ocultas de la libido y de la atracción sexual. El mundo occidental sólo empezaba a atisbar el tiempo de la liberación, y el verano del amor sólo era un sueño lejano en las mentes de los pequeños burgueses blancos cuando Ann Cole invocaba su mejor cántico a la madre de todas las pulsiones. Woo woo, Wee wee, Ah Ah… escuchamos en esos coros que acompañan a la cantante en su paroxismo, como rutilantes querubines que advinieran a saludar el rito humano por antonomasia. Voces que llegan de un tiempo lejano, en donde la mejor clave para evadir el oscuro curso del cosmos consistía en entonar un viejo traditional arranged y en librarse a la exaltación, pero, sobre todo, a la capacidad de la música para develar la condición humana en su sencilla (aunque no por ello menos trascendente) verdad.