martes, 20 de diciembre de 2016

"Dream Baby Dream"



Cuando Alan Vega y Martin Rev formaron Suicide y compusieron su disco homónimo estaban pensando en cierto tipo de asesinato de la cultura, cierto tipo de cataclismo trascendental, esquizoide, sucio e intoxicado. Implosión final de la conciencia, claudicación y mortalidad de todo lo bello, como en un relato burroughsiano, las canciones de Suicide transitaban por un espacio en sombras del american dream donde confluían con otras joyas del genio disfuncional y con las narraciones del desencanto al estilo de la Velvet Underground y The Gun Club, pasadas por el filtro post-punk del tecno neoyorquino. Reverso oscuro de la Nación americana basada en la prosperidad y la esperanza, el estilo vocal de Vega y el maquinismo de Rev no hacían honores a la técnica ni al manierismo que impregnaba la música de aquellos años. El tiempo de las neovanguardias había pasado y el espíritu renovador de las contraculturas parecía, ahora éste también, un sueño muy lejano.   

Tal vez la canción que mejor ejemplifica esto es “Dream Baby Dream” (y no es casual la doble evidencia de la palabra "dream", que designa a un tiempo el acto de soñar como el sustantivo "sueño"). El sueño de "Dream Baby Dream" es un sueño que se ha trastocado en pesadilla. Con un bucle armónico que hace pensar en las canciones románticas de los años cincuenta, la voz de Vega se va transformando en un delirio maníaco; podría ser la voz de un cantante enamorado con unas copas de más, o la de un Elvis Presley febril y deslustrado en pleno bajón de anfetaminas, o la de un padre de familia fascinado ante las pantallas de la realidad telemática que por aquel entonces todavía eran la principal herramienta del establishment. (Hay que tener presente que es en esta tradición de la música y de la cultura americana donde la canción de Suicide se inserta, como homenaje o conato final a una cadena de significantes que constituyen la industria del entretenimiento del siglo XX.) “Sueña, sueña”, le dice ese padre de familia al objeto de sus deseos, como en una reformulación de aquella película de Sidney Pollack, Danzad danzad malditosEl imperativo categórico de “soñar” o de “tener un sueño” se convierte así en un mandato agónico. Es un sueño que pareciera haberse olvidado de la finalidad del sueño en sí, para centrarse en la propia actividad soñante, en el sueño “para sí”. (Nota: la versión que hizo Bruce Springsteen en 2014 prescinde del lado "schyzo" de Vega y Rev para resaltar únicamente el lirismo de la armonía; algo muy propio del estilo corajudo y entusiástico de Springsteen, pero que revierte la canción de Suicide por completo; por algo el disco de Springsteen se titula High Hopes, es decir, lo que vendría a ser el reverso inequívoco de "suicidio".) El american dream es entonces este impasse, este encierro en la propia compulsión que sueña, ya muy alejado de la posibilidad de alcanzar el objeto de su sueño (algo que capta mucho mejor la sonoridad onírica pero trastornada de Suicide que el pragmatismo luminoso de Springsteen). El objeto de este sueño escapa continuamente, se escurre como entre los acordes de una melodía psicodélica, y sólo queda la gratificación, la repetición, el automatismo. 

 


Edito: a raíz de los comentarios de amigos en mi página de Facebook, se podría intentar aquí una "genealogía del sueño" en la música americana, desde el estándar de jazz de los años treinta "Dream a Little Dream of Me", pasando por "Mr Sandman", la versión de "All I Have To Do Is Dream" de los Everly Brothers (1958), "Dream Baby" de Roy Orbison (1962) o "If I Can Dream" de Elvis (1968), hasta el anti-éxtasis demiúrgico de la canción de Suicide. 
Como apuntaba arriba, es en esta tradición donde debe ubicarse “Dream Baby Dream”, la cual, si bien no sabemos si guarda relaciones explícitas con aquello que Guy Debord llamó la “sociedad del sueño”, sí certifica una constancia y una permanencia de lo onírico sobre las posibilidades, a menudo inquietantes y equívocas, de nuestras existencias abocadas al fin impreciso de la vigilia.