jueves, 29 de septiembre de 2016

Cortinas




La cortina cubre y descubre sucesivamente, por una serie de movimientos no previsibles, el paisaje de fondo como en una suerte de versión magritteana. El juego del velamiento, la seducción y la pornografía, el advenir-ser de los objetos en su baile continuo de máscaras, todo ello acontece en una encrucijada pueril e intrascendente, en un cerramiento especular y escópico de perspectivas. El velo se levanta para mostrar un instante lo que no se ve, o lo que sólo alcanza a ser entrevisto, y de inmediato vuelve a dejarte con la sensación de haber atisbado algo allá afuera. Algo ¿qué? Algo que, intuyes, tampoco revela mucho en realidad. Tan sólo el movimiento lánguido, indiferente, azaroso, de ese pedazo de tela translúcida que reitera la sola cadencia de su presencia inanimada. Es el erotismo de una realidad banal, finalmente, en la que no importa tanto lo mirado, sino el propio deseo que anima al mirador y a lo mirado.