martes, 21 de abril de 2009

Miguel Brieva: el olor del dinero



Existen ciertos casos de creadores cuya calidad de producción es inversamente proporcional a la escasa difusión que le brindan los grandes medios. Más aún si dichos medios, en atención a sus múltiples patrocinios y a las siempre bienintencionadas y hacendosas corporaciones de las que se nutren, suelen mostrarse poco interesados en auspiciar aquellas creaciones que no se adecuen o sean acordes a los valores y finalidades fundamentales de la sociedad de consumo. Y lo cierto es que, tras leer la obra de Miguel Brieva (Sevilla, 1974), uno no puede dejar de cuestionarse sobre tales finalidades fundamentales, preguntarse acerca de si lo que conocemos como “realidad objetiva” no es en realidad un complejo sistema de apariencias destinado a manipular nuestros intereses y deseos, fomentando nuestra simpatía bajo múltiples placebos que nos mantienen satisfechos y a los que nos congraciamos por mor de la cultura del bienestar, pero cuya finalidad no es otra que la de conseguir extraer de nuestros bolsillos un puñado de dinero.

Tal vez por todo lo antedicho Brieva viene autopublicando su propia obra desde sus inicios, aunque eso no es óbice para que sus ilustraciones hayan aparecido de forma habitual en El País de las Tentaciones, Rolling Stone, El Jueves o la revista Diagonal, y a día de hoy es todo un fenómeno de culto minoritario. A menudo el estilo de Miguel Brieva ha sido comparado con una especie de cruce entre El Roto y Robert Crumb, y no está de más decir que los mencionados artistas, pese a su declarado nihilismo y separatismo radical de toda analogía o comparación, esbozarían cuanto menos una sonrisa (una sonrisa sesgada, una media sonrisa, una sonrisa de hilaridad, una sonrisa y punto) a la hora de leer al autor que nos ocupa.

Brieva se ha desmarcado como uno de los dibujantes de cómic con un discurso más genuino y demoledor que hayan visto la luz en nuestro país. Si dicho arte es susceptible de reclamar para sí los atributos de la crítica social, el pensamiento filosófico, la subversión de la cultura, la reacción ante el conformismo, la moralidad o el estado, esto es eminentemente cierto en el caso de Brieva. Su estilo hace uso indiscriminado de la estética de la publicidad norteamericana de los años 60, la parodia del cuento para niños o recursos propios de propaganda pura y dura, como medio de doble filo por el que plasmar sus ideas siempre corrosivas y enconadas a nivel extremo. Y lo cierto es que la obra de Brieva parece disparar contra todo; pese a la lectura crítica que ha querido ver en él a un simple consolidador o reciclador de los valores anti-stablishment que desde hace décadas son cosa frecuente en todos los campos de la cultura, lo cierto es que bajo su mirada nadie parece estar a salvo, y no escapan a sus pullas de tinta ni los radicales ni los moderados, ni los reaccionarios ni los progresistas, ni los unos ni los otros... Sus viñetas y reflexiones –todas ellas expuestas, dicho sea de paso, en un correcto léxico muy de agradecer en estos tiempos de afasia lingüística— exponen, radiografían, congelan y monitorizan a tal punto los rasgos sociales comúnmente aceptados por la generalidad que su lectura puede producir sonrojo.

Tras un examen superficial, podría afirmarse que los objetivos habituales de Brieva son la sociedad de consumo, la televisión, el sistema capitalista, los políticos, los educadores, la publicidad, etc, pero lo cierto es que su mirada penetra algunos peldaños más allá, adentrándose en facetas del comportamiento humano de un modo en absoluto halagador o condescendiente. De este modo Brieva bosqueja a un ser social manipulable, mezquino y despreciable, anulado tras el conformismo, la alienación y la superficialidad, pero también y lo que es más importante, como parte activa de ese mismo orden de cosas del que no sólo es víctima sino también directo responsable.


Cabría pensar que la reacción natural al contemplar las viñetas de Brieva (siempre y cuando nos asista el espíritu del humor negro) sea una sonora risotada; sin embargo, ésta es sucedida de inmediato por una serie de emociones encontradas que pueden ir de la hilaridad a la turbación, del inocente cachondeo al malestar sin solución de continuidad. Este complejo sistema de impresiones, que no es otra cosa que un complejo sistema de interpretaciones cuidadosamente calculado por Brieva, nos remite a uno de los valores que más apreciamos en el dibujante andaluz: sus viñetas tienen la rara cualidad de poner en marcha nuestro raciocinio, alentándonos, arengándonos a pensar de un modo al que puede que algunos ya se hayan acostumbrado, pero que por pereza o displicencia a menudo tendemos a desconectar o atenuar en nuestro proceder diario. Como un moscardón de aleteo incordiante, Brieva nos despierta de la modorra y del abotargamiento a los que subrepticiamente nos han conducido a base de anuncios televisivos, prensa basura, falsos idealismos y demás ofuscaciones del intelecto. Su manera de retratar la estupidez suprema que a menudo habita en los seres humanos puede que no sea la más sutil o provista de gracilidad poética, pero no por ello es menos efectiva. Brieva ha escogido el camino de la tira cómica satírica, que viene desde la Ilustración, para llevar hasta lo insoportable el necesario arte de la autocrítica, como mínimo en lo tocante a la esalzada capacidad humana de solidaridad, de comunión con nuestros semejantes y demás entelequias de efectos adocenantes que políticos, banqueros y multinacionales de toda especie manejan con habilidad en su plan por mantenernos contentos mientras ellos se llenan los bolsillos.

En definitiva, Brieva es uno de esos cínicos modernos que parecen estar disconformes con todo y cuyo talante agrio nos incomoda o perturba, pero por eso mismo ese tipo de creadores/pensadores siguen siendo hoy tan útiles como lo fueron en el pasado, pues el mundo aún dista mucho de ser el escenario transparente y cristalino que, bajo un discurso que oscila del triunfalismo al catastrofismo según sople la dirección del viento, ciertos sectores tratan de vendernos con el único fin de no verse privados de sus mullidos asientos. Lo cierto es que han tenido que aparecer nuevos tiranos en nuestro horizonte mundial inmediato, han tenido que surgir distopías jamás soñadas por los novelistas más apocalípticos de la ciencia ficción, hemos tenido que reincidir en la equivocación y la estupidez sin límites de un mundo que se ahoga en la cloaca económica, espiritual y ética que él mismo ha creado, para llegar una vez más a las mismas nociones de carencia que aquejan a nuestra sociedad libre. Las mismas nociones que Brieva, a través de su crítica descarnada y corrosiva, pone ante nuestros ojos de un modo tan justamente acusador como inquietante.