jueves, 9 de noviembre de 2017

La paralaje y el quiasmo



En Visión de paralaje, Žižek comentaba un experimento de Claude Lévi-Strauss en el cual el famoso antropólogo francés daba noticia de los Winnebago, un pueblo aborigen de Norteamérica oriundo del Gran Lago de Wisconsin. La tribu estaba dividida en dos grupos, “los de arriba” y “los de abajo”, y, según el relato de Lévi-Strauss, cuando se le pedía a un aldeano que dibujara en un pedazo de papel la disposición de las cabañas de la aldea, se obtenía dos respuestas totalmente diferentes, dependiendo de la pertenencia a uno de los dos grupos.




“Ambos perciben la aldea como un círculo –escribe Žižek--; pero para uno de los subgrupos existe dentro de este círculo un círculo más de casas centrales, de modo que tenemos dos círculos concéntricos [figura 1], mientras que para el otro subgrupo el círculo está dividido en dos por una clara línea [figura 2]. (…) El punto central de Lévi-Strauss es que este ejemplo de ningún modo debe hacernos adoptar el relativismo cultural, según el cual la percepción del espacio social depende de a qué grupo pertenece el observador: la verdadera división en dos percepciones ‘relativas’ implica una oculta referencia a una constante, no la disposición objetiva, ‘real’, de las viviendas sino un núcleo traumático, un antagonismo fundamental que los habitantes de la aldea eran incapaces de simbolizar, de explicar, de ‘internalizar’, de aceptar.”
Por desgracia, parece que este núcleo traumático que es imposible de simbolizar, de explicar, de internalizar o de aceptar es lo que impera en los grandes relatos identitarios entre los partidarios del Procés catalán y los, así llamados, constitucionalistas. Vemos que el objeto observado (el conflicto) pierde su consistencia una vez se ha desplazado el foco de la mirada a la otra parte del relato. Es más, el conflicto “no tiene sustancia” real, como diría la teoría lacaniana, sino una serie de múltiples miradas subjetivas que la sostienen en una pura forma virtual, etc. Lo relevante, en una primera instancia, es ese “desplazamiento” del foco propuesto por la paralaje. Tener la capacidad de efectuar "el salto” de un plano de la aldea al otro es lo que nos aporta una mirada completa del asunto, o, para decirlo con los términos de nuestro querido Merleau-Ponty, un “quiasma óptico”. En el quiasma óptico, la superposición de las dos imágenes monoculares es lo que proporciona la imagen binocular. Ninguna depende por completo de la otra (podemos tapar un ojo y la función del órgano sigue allí), pero la imagen binocular es necesariamente el resultado de dos órganos simultáneos.

Así pues, es necesaria la adición de estos “dos órganos” simultáneos para aprehender una visión completa del asunto. No importa de cuál de los dos lados de la paralaje o del quiasma óptico nos pongamos, porque siempre tendremos una visión mutilada. Todos en Cataluña tenemos un amigo o un pariente "charnego", y viceversa, así que la narración de una auténtica identidad “española” y una auténtica identidad “catalana”, incomulgables y excluyentes entre sí, es de entrada un sinsentido. La mirada monocular, individual, siempre está ligada con la de un agente igualmente monocular, y la simbiosis de estas dos miradas monoculares es lo que confiere al conjunto su verdadera sustancia (y aquí nos separamos de Lacan y Zizek porque según ellos todo sería el resultado de una virtualidad total). No hay “yo” sin “tú” y no hay “singularidad” sin “universalidad”, pero esto no implica el borramiento total de las partes del quiasmo. Para otro lugar quedaría la cuestión de qué hacer con este "núcleo traumático" que domina todo este asunto, y, de existir un verdadero “antagonismo fundamental”, definir en qué consiste realmente... Lo que sí parece seguro es que esa "constante" en uno y otro bando aludiría a una pulsión oculta de atavismo mortífero, que no permite ver el sustrato sustancial e indispensable a todo conflicto geopolítico (la lucha de clases y la lucha por el poder), y que brilla por su ausencia en el relato público del Procés (la primera, por inexistente, la segunda, por oculta). Un sustrato indispensable, decimos, que por constituir un vacío desolador detrás del ruido y el infantilismo de las banderas nacionales adviene el auténtico núcleo traumático en el que se han convertido los odios históricos y las rivalidades enquistadas del siglo XXI.