sábado, 13 de febrero de 2016

Carta a Avelina Lésper (y sus inefables seguidores)




Es obvio que hay otros temas de actualidad o más importantes que tratar, pero yo sigo atónito con los amiguitos de Avelina Lésper. Esos Santos Cruzados contra el Arte Degenerado.

Puedo entender que se la tomen con el Mercado del arte, el cual muy a menudo -no sólo en nuestros tiempos, dicho sea de paso, sino desde la época de los mecenazgos allá por los siglos XV/XVI- ha estado en manos de gente sin escrúpulos o que con frecuencia lo ignoraba todo sobre el arte. Incluso puedo entender que señoras como Avelina Lésper se la tomen con La fuente de Duchamp -porque precisamente (¿hace falta decirlo?), ésa es una obra hecha para no ser como una obra de arte-, pero lo que no entiendo tan bien es que se hable de Duchamp como si fuera el creador de La fuente, y nada más. Cabría preguntarle a Avelina Lésper, con todos los respetos, en qué sentido considera que Desnudo bajando una escalera, El gran vidrio o, por decir algo, los objetos sexuales escultóricos de la última época de Duchamp, en qué sentido considera que estas obras NO fueron determinantes para el siglo XX, y ya de paso, que explique por qué cada obra de Duchamp no habría sido en su momento (siempre según la tesis anti-modernista de esta profesora) un cambio de rumbo en las prácticas del arte. Ésta es una pregunta con trampa: no creo posible que pueda darse una respuesta realista y objetiva, una respuesta que no sea una mera "opinión". 

"La influencia en el mundo del arte de su tiempo no se pone en cuestión", podrán contestar los Cruzados, "lo que se pone en cuestión es la habilidad técnica de esas obras". A los que osaran argumentar de este modo, podría pedírseles asimismo que indiquen en una obra cualquiera de Duchamp (que no sea La fuente), o en una obra de Rothko, de Tàpies o de Kandinski, por poner ejemplos típicos, que indiquen en una de esas obras un solo trazo sin verdad, un solo gesto hecho con desgana, un solo elemento que no sea minuciosamente calculado, un solo efecto dejado al azar -cuando este azar no fuera absolutamente intencionado, consentido o “constituyente” (el propio Gran vidrio de Duchamp tiene marcas hechas de manera accidental, sin que ello implique un Final de los Tiempos para la historia del arte). De hecho, los animo a que miren de cerca el trabajo de cualquier artista contemporáneo, ya sea un videoartista o un artista conceptual, verán que el conocimiento y el oficio, la ciencia del espacio, de la percepción y los materiales, etc, no se diferencian tanto de los artistas renacentistas. Saquen sus cabezas de sus ombligos, miren el arte oriental, el arte japonés, el arte primitivo de Oceanía… Pregúntense por el sentido de “realidad”. Verán que hay (siempre ha habido) otras formas de ver el mundo que no son figurativas, ni representativas, ni obedecen a leyes de la perspectiva. Y verán que tales cualidades subjetivas no son las que definen a una obra de arte -a menos que ustedes fueran los jueces todopoderosos y omnicomprensivos de la feria del “Arte Degenerado” que citaba al principio, la “Entartete Kunst” del Partido Nazi en el Tercer Reich-. Es un error estrepitoso, un ridículo inenarrable, pensar que el artista, cuando es un artista de verdad, elige tal o cual método de trabajo o adopta tal o cual estilo por simple capricho. Personalmente he visto a toda clase de artistas trabajar de cerca a lo largo de mi vida, y nada de eso es fruto del azar. Hasta el azar más puro, como el que buscaban los dadaístas o los fluidos de orina en los hierros de Andy Warhol, incluso ese tipo de azar es el resultado de un proceso previo de desarrollo, cuando no de una profunda reflexión sobre el mundo (pues de eso se trata: el arte es una manera de pensar el mundo, no de querer representarlo, ni de embellecerlo ni hacerlo soportable). Lo que no quita que en todas partes haya farsantes -pero esto último no es exclusivo de los artistas. También se da entre los críticos y críticas de arte.

Para acabar, a los que objetan que el arte contemporáneo no es "comprensible", o "no se entiende", harían bien en preguntarse a sí mismos si es que ellos pueden dar una razón cabal de lo que existe. Me viene a la mente aquella fábula de Chesterton, en la que el Niño le pedía a la Bruja:

       Explícame por qué no se me permite dar vueltas en el Palacio Encantado.

A lo que ésta contestaba:

    Ya que de explicar se trata, explícame tú el Palacio Encantado.