jueves, 27 de marzo de 2014

Recuerdos de Artaud


   
"Hay que terminar con esa superstición de los textos y de la poesía escrita. La poesía escrita vale una vez, y después, que la destruyan." (Artaud) 

“Además, al realizarse esa necesidad que tiene el teatro de sumergirse en las fuentes de una poesía eternamente apasionante y sensible para el sector más atrasado y distraído del público, con la vuelta a los viejos Mitos primitivos, es a la puesta en escena, y no al texto, a quien exigiremos que se ocupe de materializar y sobre todo de actualizar esos viejos conflictos; (...) De esta manera renunciaremos a la superstición teatral del texto y a la dictadura del escritor.” (Artaud)

“Querido amigo, lo que usted ha tomado por obras mías no eran más que los residuos de mí mismo.” “Toda la escritura es pura porquería.” (Artaud)

“En último caso, la palabra se borra ella misma, lo informe sustituye a lo articulado como el grito a lo escrito.” “Voluntariamente desarticula el lenguaje y pasa, a sabiendas, de un sentido claro (lógico) a una significación oscura (demente).” “Artaud condena a la literatura hasta en sus tentativas de purificación. El ser arde como una antorcha viva en las tinieblas.” (Claude Mauriac)

“Que la poesía esté ligada a esta imposibilidad de pensar que es el pensamiento, he aquí la verdad que no puede descubrirse (...).” (Maurice Blanchot)

“Artaud le enfrenta a su verdadero problema, que lo será toda su vida: un derrumbamiento central del alma, una especie de erosión, esencial y fugaz a la vez, del pensamiento.” “El drama de Artaud es sentirse, saberse iniciado a ciertos secretos que comprometen al ser en su totalidad (...).” (Mauriac)

"Veo que ha llegado usted --le escribe Artaud a Breton-- al mismo punto que yo. Con la diferencia de que hay todavía una última cosa en la que usted quiere creer, y que mi pesimismo absoluto me hace pensar que hoy todo debe ser abandonado para que se instale un mundo en el que yo pueda creer. Y aunque yo pudiese imaginar una cosa, una sola cosa que haya que salvar, la destruiré para salvarme de las cosas, pues lo que es puro está siempre en otra parte."



viernes, 21 de febrero de 2014

El límite vs. Oscar Muñoz y Eugenio Trías






"Tanto el vértigo de lo infinitamente grande, con la prospección de distancias inmensas que son genuinas excavaciones arqueológicas en la prehistoria del cosmos, como el vértigo de lo infinitamente pequeño, con el frenesí por descomponer las últimas micropartículas a través de potentísimos aceleradores, parece dejarnos siempre, de forma al parecer constitutiva, con el rastro de un límite que desaparece. Éste se fuga siempre hacia adelante: y ésa su fuga es su realidad, su existencia como tal límite. El límite sería, radicalmente pensado, límite-que-desaparece."

Eugenio Trías, en Los límites del mundo; Ariel, 1985.

Imagen: Re / Trato de Oscar Muñoz

miércoles, 12 de febrero de 2014

"Entre guerra y paz": Chagall en París


Artículo publicado en El País Cultural de Montevideo, verano de 2013.


Chagall es uno de esos pocos genios, contados con los dedos de una mano, que pueden adscribirse a la categoría de artistas totales, esos rara avis que abarcan sucesivas décadas y estilos artísticos diferenciados. Murió con 98 años, conoció una revolución, dos guerras y el exilio, y en el ínterin produjo sin descanso una obra compuesta de polaridades asombrosas. La guerra y la paz, la dicha y la desgracia, el viaje y la patria, el paraíso y el infierno... son algunas de las obsesiones que rondarán su obra de principio a fin. No en balde, sus telas plasman un recorrido vital que bascula entre lo experiencial y lo simbólico, lo angélico y lo terrenal, lo trascendental y lo prosaico, en ese cruce de caminos heterodoxo y polisémico que constituye el vórtice mercúrico de Chagall.

LO REAL Y LO SAGRADO. Reticente a la narración y la alegoría, el suyo es un discurso hermético plagado de claves personales, que se aparta de las convenciones o estilismos. Su capacidad para franquear los códigos estéticos, a la vez que nutrirse de ellos, facultaron a Chagall para realizar una operación de ensamblaje única, en la que prevalece el intenso equilibrio entre su originalísima estética personal y el testimonio de su tiempo. En Chagall confluyen las cualidades del artista druídico, catalizador de obsesiones, sueños o pesadillas, y como tal, su visión muestra una realidad del mundo más vívida y estimulante que la realidad fehaciente. 

La colección reunida en el Musée de Luxembourg de París, desde el 21 de febrero hasta el 21 de julio (2013), es prueba de su experiencia de largo recorrido: se inicia con la Primera Guerra Mundial, sigue con Rusia en tiempos de guerra, el periodo de entreguerras en Francia, el exilio en Estados Unidos, y por fin la vuelta a Francia. El cubismo, el futurismo, el surrealismo y las otras vanguardias son meros refugios para militantes que el pintor de Vitebsk elude con sobriedad, comulgando con sus renovaciones y postulados, pero manteniéndose siempre en ese margen irreductible que es el mundo privado del artista. De lo realista, al tratar los desastres de la guerra, a lo “superreal” que hay en el universo de los sueños sólo hay un paso, y Chagall logra mostrar ese difícil nexo con pasmosa sencillez. En los cuadros reunidos en el museo Luxembourg, sublimados por la luz y el colorido que parecen facetas de lo sagrado, recorremos los paisajes de su ciudad natal, las tradiciones judías hasídicas que marcaron su infancia, los episodios bíblicos, y por supuesto la familia y la pareja, objetos siempre presentes y exacerbados por el colorido de su paleta onírica.    



En el parisino barrio de Montparnasse, la identidad de Chagall iba construyéndose mediante la articulación de la modernidad y sus raíces judeo-rusas. En 1914 acude a la inauguración de su primera exposición en Berlín, donde se viene preparando la vanguardia del incipiente siglo XX, y desde allí viaja a Rusia para reunirse con su prometida, Bella Rosenfeld. Pero estalla la guerra, y se ve obligado a pasar los ocho años siguientes en suelo ruso. En la obra de aquellos años aparecen figuras torturadas, soldados heridos o marchándose al frente, mujeres dolientes, campesinos y ancianos huyendo, y sobre todo los mendigos de Vitebsk, que encarnan la figura del judío errante, el “luftmensch” u “hombre de aire”, personajes saturninos que inspiran retratos de rabinos, de un modo semejante a como el Greco utilizaba como modelos a los dementes del manicomio de Toledo para sus cuadros de los Apóstoles. Con la llegada de la Revolución rusa, es nombrado comisario de arte de la región de Vitebsk y funda la Escuela de Arte de la misma ciudad, pero sus diferencias con otro miembro del partido, Kazimir Malévich, y la carga del peso burocrático lo empujan a buscar nuevos horizontes. De este modo regresa a París en 1923, donde vuelve a codearse con las figuras destacadas de su tiempo. Realiza grabados para Almas muertas de Gogol, Las fábulas de La Fontaine y la Biblia. Para este último encargo, viajará a Palestina donde encontrará, además de inspiración, una parte de sí mismo. Los motivos y rituales hasídicos denotan su preocupación por un arte judío moderno, en retratos y personajes que anuncian la espiritualidad de las grandes composiciones ulteriores.          

LO ONÍRICO. En la obra de Chagall, como en la de los grandes artistas, la
representación no es ficción ni imitación de la realidad, sino la prolongación de su propia verdad personal. Chagall no deja sitio sólo al inconsciente, como hacían los surrealistas, sino que condensa y desplaza de su centro las categorías de lo imaginario y lo empírico, en un proceso análogo al sueño. Por ello, se ha dicho que Chagall es “un soñador consciente”, en un estilo que ha sido reproducido hasta la saciedad por sus muchos imitadores. Figuras anónimas, animales o seres híbridos, se entremezclan en composiciones de apariencia incongruente en una deriva de ingravidez y perspectivas, planos y proporciones irreales que se tornan suprarreales. Una especie de polifonía visual en la que se establecen multiplicidad de capas, significados y registros simbólicos: una virgen que también es una novia, un asno que es un autorretrato del artista... son ejemplos del código esotérico y chamánico de Chagall, que André Breton definió como mágico.          

En 1937, tres de sus lienzos son exhibidos en la exposición “Entartete Kunst” (“Arte degenerado”) organizada por los nazis en Berlín, y sus obras son requisadas de las colecciones públicas. El yugo antisemita aprieta, Chagall y su esposa huyen al sur del Loira, y en 1940 encuentran exilio en Nueva York. Pero Chagall es una antena de filamento y no permanece ajeno a la destrucción y la barbarie, sus cuadros de esa época aparecen infestados de pueblos en llamas, persecuciones, guerra y éxodo, en un progresivo acercamiento a lo sombrío; también autorretratos, referencias intertextuales o escenas nocturnas que evocan la profunda conmoción del mundo en esos años. En 1941 conoce al galerista Pierre Matisse, quien expondrá su obra hasta el final de sus días, y recibe el encargo para el decorado y vestuario de Aleko, el ballet inspirado en Los zíngaros de Pushkin, con música de Tchaikovsky. Pero la muerte súbita de Bella, en 1944, lo sume en la desolación. “Todo se hace tinieblas”, declara el artista, entrando en una espiral de reconstrucción y homenajes continuos a la esposa perdida.


Pero del caos renacerá la luz, y en 1949 regresará definitivamente a su segunda patria, Francia, para instalarse en Orgeval y luego en Vence. Su obra se va abriendo a la luminosidad y los temas solares, marítimos o mitológicos. París y sus monumentos, el ciclo del Mensaje bíblico, cerámica, escultura, experiencia de la grandiosidad en vidrieras y mosaicos, frescos y techos... son algunos de los elementos que marcan su etapa final. En ellos, como en el final de un círculo perfecto, Chagall encontró una forma de rendir cuentas con el abismo, con los tormentos del sí mismo y del otro, conformando en un largo proceso de desarrollo esa verdad artística inconstreñible que es el sedimento de lo real y lo quimérico, y que resume, a su imagen y semejanza, la experiencia trascendente del mundo.