miércoles, 18 de junio de 2008

La excomunión del beat, por Manuel Carballo


Asombrosamente, en este sofisticado e hipertecnologizado siglo XXI en el que vivimos, todavía tienen cabida ciertas actitudes más propias de la más contumaz e intransigente sociedad medieval. Evidentemente, para que estas oscurantistas prácticas llamen la atención del observador, deben darse entre personas occidentalmente civilizadas, puesto que es notorio que otras culturas todavía están disfrutando de su particular Edad Media, por lo que, cuando dichas conductas se dan en su seno, son observadas con la displicencia habitual con la que el progreso mira por encima del hombro a quien no ha sabido conquistar aún la modernidad. De entre todas estas reacciones hay una que, dado el objeto que pretende anatematizar, mueve a la perplejidad, cuando no directamente a la máxima hilaridad. Nos referimos a las voces que señalan al rock’n’roll -y todos sus derivados- como el instrumento utilizado por Satanás y su perverso espíritu para enseñorearse de las almas de los incautos jóvenes que han poblado estos últimos cincuenta años, utilizando para ello acechantes mensajes subliminales, ritmos paganos de inspiración primitiva y tribal –“no acuñados antes por un pueblo civilizado”-, y aquelarres multitudinarios –conciertos- en los que se fomenta el uso de drogas, alcohol y la promiscuidad sexual desatada.

Los heraldos de tamaña estupidez sostienen que la música rock es el centro energético de una revolución invisible, sin líder, manifiesto o ideología, que tiene como fin último lavar el cerebro a los que la escuchan, y destruir la moral y el espíritu de la sociedad a través de su eslabón más débil, sus cachorros. Leyendo en las entrañas de nuestra aldea global, estos pacatos arúspices de la era moderna, vaticinan que el triunfo de esta revolución de nefandas raíces -que sobrevendrá de forma inevitable si no recuperamos, entre otras, la práctica de rezar el rosario, ya sea de forma individual o, más recomendablemente, en familia-, nos abocará irremisiblemente al suicidio masivo, la locura criminal y a una sangrienta revolución que subvertirá todos los valores sobre los que se afianza la solidaria y educada sociedad actual, alcanzada tras denodados esfuerzos, y que nuestros inmediatos ancestros tuvieron a bien legarnos desprendidamente.


Como demostración fehaciente y paradigmática de esta disparatada teoría suelen aducirse casos como el de Richard Ramírez -aka “The Night Stalker” (“el Rondador Nocturno”-, un serial killer capturado tras asesinar a 19 personas, que explicó a las autoridades cómo durante las noches en que salía de “caza”, escuchaba indefectiblemente el tema “Night Prowler” en el radiocasete de su, es de suponer, siniestro automóvil, canción que cierra el por otro lado magnífico disco Highway to Hell del grupo australiano AC/DC. Supeditar la conducta homicida de un psicópata a los devaneos diabólicos del grupo de los hermanos Young, revela la misma y estulta lógica interna que nos podría llevar a pensar en la directa culpabilidad de Rouget de Lisle, compositor de La Marsellesa, en las sucesivas campañas napoleónicas. En este sentido, es palmario que múltiples Raskolnikov habitan y habitarán el mundo, muy a pesar de Dostoievski.

Es flagrante, también, la absoluta falta de perspectiva histórica de tales argumentos cuando son enarbolados por fanáticos católicos, al parecer ajenos a las despiadadas prácticas del Santo Oficio, que según algunas fuentes ejecutaron, por mor de la recta conducta, y sólo en España, a entre 4.000 y 30.000 supuestos herejes, sin rubor alguno, como no fuera el arrebol provocado por las ominosas hogueras en los satisfechos rostros de los inquisidores. Aunque semejantes teóricos no pueden caer en la anacronía, teniendo en cuenta el marco ideológico-dogmático en el que se circunscriben, ya que el mismísimo Papa Benedicto XVI, cuando era conocido por el nombre, harto menos enjundioso, de cardenal Ratzinger, expresó, en referencia al proceso que la Iglesia siguió contra Galileo y sus teorías heliocéntricas, que “en la época de Galileo, la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo.” (sic), opinión, ésta, que sin duda proporciona subterráneo pábulo a todas estas apocalípticas paparruchas. A día de hoy, desconocemos las muertes que podrían atribuirse, sin ningún género de dudas, al rock’n’roll y sus variadas manifestaciones, pero, sin desatender a la verdad, pueden contarse por decenas de miles las imputables a las campañas geopolítico-evangelizadora-petrolíferas de los nuevos adalides del catolicismo neo-con más exacerbado y menos musical.

La esencia ultraconservadora de semejantes desatinos aflora alegremente a la superficie cuando leemos, textualmente, que “incluso para los mismos comunistas esta revolución puede ser indomable si no se toman medidas como por ejemplo las adoptadas en China, cuando se canceló la retransmisión televisiva de un concierto de Bob Geldof, que fue sustituido por un par de películas...”, una de las cuales llevaba por primoroso título Vida cultural: poemas de la montaña de Huangshang. Tácitamente, la conducta de los contraprogramadores mandarines legitimaba, mediante una sana brisa silvestre, la ingente cantidad de víctimas provocada por la Revolución Cultural, pura bagatela en comparación al profundo y devastador mal que podrían haber engendrado los rasgueos del concienciado melenudo en su aparición catódica. Y es que sólo Lucifer, o su alter-ego musical, el dios Pan pertrechado con su rockera flauta de siete tubos, tienen el poder de hacer bailar al mismo son a los impíos comunistas de ojos rasgados y a los fervientes y alertados católicos de inquebrantable fe.

Tras saber que los equipos Hi-Fi no son otra cosa que altares dedicados a Satán, y enterarnos de que la música rock es "un ciclón, una corriente de maldad en trance de barrer a las naciones y a sus habitantes", ver cómo la generación que creció al amparo del florido manto de Woodstock, esa misma generación que aprendió la suerte del contoneo incitador bajo el magisterio de Mick Jagger, y que supo del ancestral e hipnótico poder del alarido vocal y eléctrico a través de idólatras como Robert Plant y Jimmy Page, y comprobar después, que esas supuestas huestes luciferinas son ahora recatados editores progresistas, morigerados padres de familia o trasnochados líderes ecologistas, no podemos hacer otra cosa que esbozar una proba y sosegada sonrisa, asumiendo con beatitud que, de momento, el mefistofélico y rítmico master plan ha fracasado.

Para volar más alto aún: http://ar.geocities.com/catolicosalerta/rock/rock.pdf