domingo, 7 de octubre de 2007

"Benjamín Péret: poética en acción", por Antonio Buday


Benjamín Péret (1899-1959) fue uno de los más importantes poetas surrealistas y, al mismo tiempo, uno de los más inmerecidamente relegados. Su obra poética es casi desconocida para el gran público. De vez en cuando, encontramos alguien que lo reivindica. Sartre, entre los pocos, llegó a afirmar que fue el más alto representante del surrealismo. Pero también fue uno de los fundadores del movimiento Dadá, escribió diversos libros de poemas y cuentos --Le passager du transatlantique, Le grand jeu, Le déshonneur des poétes, etc--colaboró con autores de la talla de Octavio Paz y André Breton, fue editor del periódico La revolution Surréaliste, prisionero político, se inició en los ritos tribales del Brasil, y, llevado por sus inclinaciones políticas, combatió en la Guerra de los Balcanes y la Guerra Civil Española.

En el cementerio parisiense de Batignolles, el peregrino puede encontrarse con una lápida, donde está inscrito el siguiente epitafio: “Je ne mange pas de ce pain-la.” Es la tumba de Benjamín Péret.

“Yo no comí de ese pan.” Una vida entera concentrada en una frase. Una provocativa invitación a ingresar al universo del poeta, del activista político y del hombre íntegro. Una insinuante ventana, como aquellos espejos que imaginara Lewis Carroll para Alicia, cuyo traspaso nos traslada a otras capas de la realidad de no menor jerarquía que aquello que se reputa ordinariamente como realidad. Benjamín Péret instigaba al lector a un abordaje de la realidad con los instrumentos de la fantasía, la sátira, el absurdo y la lógica.

En el juego de los sueños, abundantemente cultivado por los surrealistas, Péret sobresalía por su ductilidad para soñar y dejar en flotación libre al inconsciente. Esa destreza le permitió llegar a ser un maestro de la escritura automática.

Intervenía en la poesía indagando en los significados de las palabras anquilosadas por el uso o la costumbre; buscaba abrirle paso a nuevas asociaciones, pugnando por romper el corsé de la rutina que enmascara un proceso de separación o de extrañamiento del hombre de la naturaleza y su propia esencia. El reencuentro del hombre con su propia naturaleza; la conquista de una existencia plena y armónica son requerimientos que el arte expresa y que toda sociedad fundada en la explotación le niega. Por eso, para Péret, “el poeta no está para mantener con el prójimo una ilusoria esperanza humana o celestial, ni para desarmar a los espíritus insuflándoles una confianza sin límites en un padre o en un jefe contra el cual toda crítica deviene sacrilegio. Por el contrario, le corresponde pronunciar palabras siempre sacrílegas y blasfemias permanentes”. Esa búsqueda de armonía que lleva implícita toda genuina obra de arte, coloca al artista en medio de una revuelta permanente contra esa realidad avara y mezquina.

En esa línea de análisis critica el nacionalismo y patrioterismo de Louis Aragón y Paul Eluard. Durante la segunda guerra, el renacimiento del oscurantismo religioso corona la consolidación de la reacción y el retroceso de la cultura. Dios y el cristianismo vuelven por sus fueros, flanqueados por sus “sacarinas cívicas”: la patria y el jefe. Esta resurrección del mito religioso y sus inevitables sustitutos terrenales, sin otro modo de imponerse que la coacción, son un resultado de la guerra y la confusión de los espíritus. En esta situación, la elaboración intelectual, en la medida que no le oponga resistencia, engendrará un producto reaccionario. Si el poeta se abandona a la corriente, el resultado de su poesía, sea de exaltación o político, sea apolítico o de glorificación religiosa, su resultado será inevitablemente regresivo. Si el artista se deja llevar por estos mitos, su producto será conservador porque esos mitos mueren con la sociedad que agoniza; no tienen perspectivas de desarrollo. Así, la poesía de propaganda es “un afrodisíaco de viejo” porque pretende vigorizar un mito que se extingue. Para estimar la dimensión de la caída de Aragón y Eluard, Péret establece una comparación entre los místicos o heréticos de la Edad Media y los sacerdotes. Los místicos y los heréticos eran parte de un movimiento de exaltación colectiva que ellos expresaban en sus palabras; los heréticos, en particular, por cuestionar las bases del mito religioso se colocaban en un puesto de oposición a la sociedad en que vivían y, al hacerlo, cumplían un papel revolucionario; en cambio, el cura no fue más que un parásito con relación a los creadores del mito y la divinidad.

“El poeta debe tomar conciencia de su naturaleza y de su lugar en el mundo.” Los poderes sociales, los celestiales y los ideológicos oprimen al hombre como “dioses paralizantes” y lo recluyen a un estado de sumisión. El poeta debe ser un batallador permanente contra toda clase de servidumbre; no debe ser la pitonisa de celestiales o terrenas deidades sino un combatiente que lucha contra toda forma de dominación, contra la opresión del hombre por el hombre y la del pensamiento por los dogmas religiosos, filosóficos o sociales. Considerado así, el poeta es un revolucionario que debe combatir en dos terrenos: el de la poesía con sus métodos propios y el de la acción social sin confundir nunca la naturaleza de uno y de otro.
Antonio Buday

No hay comentarios: