miércoles, 10 de octubre de 2007

Enteógenos


Es constatable, a la par que sorprendente, el uso y abuso de drogas o psicofármacos a lo largo de todas las civilizaciones y pueblos del mundo, desde los selvorícolas adoradores del yajé a los estilizados urbanitas consumidores de éxtasis. Pese a que la finalidad entre unos y otros puede parecer distante, y pese a la consabida “falta de espiritualidad” que al parecer sufrimos en Occidente, las razones fundamentales que mueven al hombre en busca de alteradores de la conciencia generalmente son las mismas: eludir la racionalidad, vencer el laberinto de la lógica, trascender la causalidad y el transcurso irrefrenable del tiempo...

Ante las llamas del oráculo (que solía ir aderezado con emanaciones volcánicas de efectos alucinantes y grandes ingestas de vino u opio) las pitias eran partícipes del conocimiento de los dioses, no de la lux rationalis que para los escolásticos era la clave del mundo y para los nominalistas el instrumento que limita la comprensión del mismo, sino de una luz irracional.

La utilización de sustancias psicotrópicas como medio de acceder a un estado de comprensión elevado viene de antiguo, desde la cultura veda con su cuerpo ritualístico en torno al soma (cuyos ingredientes no están claros hoy en día; para Wasson se trataría de una variedad de amanita muscaria; otros citan el cáñamo...); los indígenas americanos y su arraigada tradición del chaman; el éxtasi dionisíaco de los griegos; así como entre los primeros musulmanes era frecuente el uso de ciertas pastillas rellenas de opio denominadas mash Allah (“presente de Dios”. Según el historiador J. F. M. Noël, los derviches “tienen la habilidad de eximirse de la ley que prohíbe el uso del vino y llegan frecuentemente a tomar una gran cantidad de opio”). Hiparco, Galeno y Alberto Magno compilaron multitud de recetas a base de “plantas mágicas”. Y hasta existe una teoría que atribuye el mito bíblico del Árbol del Conocimiento al poder visionario de ciertos cereales y plantas (Antonio Escohotado, Historia de las drogas, vol. I).

Este tipo de “rituales” conmocionan en cierto modo nuestros métodos racionales. No en vano la capacidad otrora todopoderosa del racionalismo occidental se ha visto seriamente mermada, a raíz de una larga línea que se extiende desde el nominalismo medieval, pasando por el escepticismo científico hasta las modernas teorías lógicas (la matemática moderna, con sus nuevos conceptos de función, variable o cualidad tiene asimismo mucho que decir sobre nuestra tradicional confianza en el conocimiento como ente estático y mesurable). La controvertida imagen del conocimiento humano como figura inaprensible es la que salvaguarda los métodos experimentales con fármacos, y, curiosamente, los pueblos habituados a este tipo de prácticas dan en expresiones verbales similares a las de nuestros lógicos, con sus paradojas y sentidos autorreferenciales... Tanto en unos como en otros, la comprensión termina volviéndose intuitiva. “Si se limpiaran las puertas de la percepción todo se mostraría al hombre tal como es: infinito”, decía William Blake. Y cualquiera que haya experimentado con psicofármacos sabe que la cualidad de esa comprensión está fuera de todo análisis racional. “La locura enviada del cielo es superior a la cordura creada por el hombre” (Platón; Fedro).

Enteógeno, “contenedor del dios”, “facilitador del dios”, “que hace ver el dios”, es una palabra derivada del azteca teonanáctl, “carne del dios”, que significa también “hongo”, y hay en ella la misma efusión occidental por encontrar a Dios. Los rituales de Eleusis o los Vedanta comparten una parecida aspiración, y de ahí que la embriaguez fuese en ellos un atributo que los dioses hacen al hombre para dotarlo momentáneamente de su clarividencia. En la visión alucinógena cristaliza la percepción imposible de un número irracional de cosas, en contraposición a lo mesurable y limitado por la razón. En Occidente ha habido numerosos autores, literatos y pensadores atraídos por la cualidad visionaria de los psicofármacos, y no han sido pocos los apuntes de claridad entretejidos por el delirio en la maraña del pensamiento. Thomas de Quincey, Gérard de Nerval, Baudelaire, el conde de Lautreâmont, Sigmund Freud, William Burroughs, Robert Sabbag y un largo etcétera nos dejaron excepcionales testimonios de los mundos alucinados de la psique. No obstante, es fácil caer en el error de interpretar el visionarismo alucinógeno como una suerte de misticismo científico, caso de autores de la talla de Aldous Huxley o Huston Smith. Si bien estos hijos de la caverna se proponen investigar el conocimiento, lo mandan a paseo desde el momento en que pierden de vista los signos y el lenguaje, el cual ya es bastante místico por sí solo, como afirmaba Wittgenstein. El círculo perfecto no es la cumbre de la geometría, sino su negación. Si los antiguos vedas utilizaban enteógenos para lograr la comprensión del mundo, seguramente los vedas posteriores optaron por la meditación para olvidarse del mundo.


Finalmente, lo que nuestros sentidos perciben en la ingesta de enteógenos podría explicarse como una embriaguez de las neuronas y sus conectores, reducible a fenómenos químicos. Sin embargo, lo que acontece a la conciencia sobria es también un caldo de fenómenos químicos, por lo que concederemos a los lectores elegir entre la realidad que más les guste, acaso ésta sea, al fin y al cabo, otra cuestión estética.

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