Otro de los cuadros que me impactaron del Hamburger Bahnhof de
Berlín, cuando estuve allí hace unos meses, y que se exponía en la colección
temporal sobre "Entartete Kunst" (el, así llamado por los nazis,
"arte degenerado").
En 1917,
Max Beckmann pintó esta variación del motivo de Adán y Eva y el árbol del
conocimiento. El Paraíso de la inocencia queda muy lejos aquí. Las dos figuras
aparecen viejas, hastiadas, enfermas (véanse los tonos verdes de la piel de
Eva); y lo que es más, extrañadas y desnaturalizadas de su propia
condición (el ademán de Adán rechazando el pecho que le ofrece Eva con un gesto
de cansancio; la pose incómoda, y hasta tocada por un sentido del ridículo).
Adán más bien parece un pequeño burgués que lo hubiera perdido todo jugando a
las cartas, y ella es una señorona de pelo mustio que se ha hartado de esperar
a su príncipe azul. El ojo abyecto de la serpiente enroscada en el árbol parece
celebrar el triunfo sobre la virtud perdida de estas dos criaturas.
Durante la Primera Guerra Mundial, Beckmann estuvo destinado en
Flandes y fue víctima de una crisis nerviosa que lo dejó profundamente
traumatizado. A partir de ahí cambiaría su estilo y empezó a pintar motivos
religiosos, casi como si de un negativo de El Greco se tratara (se ha señalado
el interés de Beckmann por el gnosticismo, pero la influencia de El Greco es
también perceptible en sus pinturas religiosas, como en el Cristo descendiendo
de la cruz). Beckmann reivindicaba un tipo de “realismo trascendental”, en el
convencimiento de que el pintor ha de enfrentarse a la realidad sin ningún tipo
de ilusiones.
"Ser
un hijo de nuestro tiempo -escribió-. Oponer el naturalismo contra el propio
ser. La objetividad contra las visiones interiores. Mi amor pertenece a los
cuatro grandes maestros del misticismo masculino: Mälebkircher, Grünewald,
Brueghel y Van Gogh."
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