viernes, 10 de junio de 2016

Una puerta de Madrid



Una puerta que me fascinaba, cada vez que pasaba por delante, en la calle de Moratín de Madrid.
Una puerta que, según se anuncia en la misma, estaría destinada a "abrir puertas", pero que sin embargo permanece cerrada a cal y canto.
Una puerta descontextualizada, diríase que asediada por esos cables telefónicos y mallas de obra, que la ciernen como una telaraña.
Una puerta-basurero, en la que los despojos han tomado parte hasta convertirla en un tótem de la arquitectura residual, un monumento a la memoria urbana desmitificada, fagocitada por el empuje inevitable del ¿progreso?
Una puerta-híbrido mitológico.
Una puerta-museo de algo así como el devenir, de un lugar procesual en tránsito, en perpetua metamorfosis, aunque anclado todavía a su pasado más pueril ("compre", "venda", "contrate").
Una puerta que habla varios lenguajes, todos ellos incompatibles. Una puerta-campo de batalla semántico, con sus grafitis y sus reclamos publicitarios comunicando consignas inútiles en el vacío.
Una puerta-capitalismo.
Una puerta que ha sido "des-puertizada". Cuya función original ahora parece consistir en su propia disfuncionalidad, en su propia condición de "outsider" frente al éxtasis de los grandes escaparates (no menos vacíos).
Puerta-museo de la discordia. Deyección purulenta. Mutación escatológica... Puerta origen y fin de los tiempos. Esfinge sin misterios.

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