martes, 19 de julio de 2011

Contracultura, música ligera y un grupo llamado Manel


En la edición número 283 de junio de 2011, la histórica revista y siempre nutrida de jugoso material Ruta 66 traía un interesante editorial, firmado por el periodista y crítico musical Ignacio Julià, titulado “De Los Manolos a Manel (la segunda transición)”. En dicho editorial Julià ensayaba una suerte de texto de doble filo, comenzando con una interesante disertación en tono paródico impostado, para transfigurarse a renglón seguido en una demolición frontal, calculada y sin concesiones, de la escena musical indie catalana, y del grupo Manel como objetivo principal de su ofensiva. Podemos discernir sin equívoco que Julià recrimina a la mencionada escena su falta de enjundia, su falta de enojo no sólo en lo referente a la actitud musical, sino en lo tocante a todo un complejo de causas que tienen que ver con el estilo, con las características que dan origen a tal o cual manera de ver el mundo, y en consecuencia con la manera de expresarlo. La expresión musical, a veces, no es ajena a la interpretación de códigos e intencionalidades, y es por ello que encontramos sorprendente todo este caldo, toda esta proliferación de la desidia creadora en su pérdida de sentidos y contrasentidos, y que alcanza tal vez su mayor expresión en la música ligera.

En cuanto a la intitulada Historia de la música ligera en nuestro país, lo cierto es que podríamos remitirnos a una larga y bien que errática procesión de generaciones que empieza a mediados del siglo pasado. Por algún extraño motivo, los países bañados por el Mediterráneo (significativamente, los países europeos con menor calado cultural anglosajón/afroamericano) son los que han cultivado un mayor y mejor acervo de música frívola (por frívolo entendemos aquí la falta de tradición o subversión, la falta de discursos constructivos o deconstructivos, etc). No es aventurado decir que gran parte de la escena indie, el pop patrio radiofónico, los esperpentos de la feria televisiva, y por supuesto los grupos subvencionados del rock català de los años 90 mencionados por Julià en su artículo, son herencia directa de todo aquel miasma originario representado por los cantautores del franquismo por un lado, y los cantautores de protesta por el otro, ningunos de los cuales llegaron a hacerse eco nunca de los rasgos de la música verdaderamente contemporánea.

En otro artículo titulado “La insoportable levedad de la progresía”, César Estabiel escribía: “No sé muy bien si el lastre más pesado que tuvo que cargar la escena musical española de finales de los 60 fue la falta de referencias –propiciada por el enclaustramiento del régimen fascista– o el compromiso de la protesta. Me explico: si la cultura tiene su razón de ser en las imprevisibles explosiones de la imaginación resulta paradójico que la música ‘respetable’ en España entre 1968 y 1975 estuviera en manos de artistas con pinta de herramientas políticas. Cualquiera que se saliera de las reglas de los cantautores podía ser tachado de insensible, cuando no de reaccionario por los progres, esa izquierda estereotipada de pantalón de pana, barba cerrada, gusto por los lugares comunes y falta de ideas propias.” Todo lo cual no quita que la contracultura barcelonesa fuera, según los críticos metidos en el asunto, “el primer intento de construir un underground después de la Guerra Civil”, y que los nombres de Pau Riba, Jaume Sisa, Nazario, Gallardo y Mediavilla, o publicaciones independientes como Star y Ajoblanco sigan siendo referentes de aquella contracultura catalana genuina, a lo sumo malograda o estéril, pero genuina.

Desde entonces”, concluye Estabiel, “el único underground nacional que conozco son las alcantarillas”. Y Julià, por su parte, remacha: “Lo chistoso no es que Manel agoten taquilla en Madrid, sino que la generación a la que pertenecen (…) sea tan conformista y ñoña en sus canciones y actitudes. No hay un ápice de rebeldía o impertinencia, sólo inútil complacencia identitaria. Al final, esta idealizada situación ahuyenta a otros artistas que sí tienen insatisfacciones que canalizar y no piensan plegarse a los designios de una lengua, una subvención. Los grupos de rock, por ejemplo.” Para terminar apostillando con uno de los hallazgos del artículo: “No hay atisbo de rock en su sonido, ni rastro de negritud; suenan blancos y blandos hasta el engolamiento. Ya no queda rauxa, sólo seny y lírica de salón, ‘lamentable teatre amateur’ como ellos mismos cantan.”


Como siempre es fácil tirar de relativismo, se podría caer en la tentación de replicar al autor del artículo que algunos de los más grandes artistas han sido el opuesto del artista comprometido, enconado, etc; pero nuestro contexto es muy específico, el de la evolución de la música pop heredera de varias generaciones ya de inconformismo y revisión musical, y por eso las pullas del crítico catalán encuentran todo su sentido, pues no podría entenderse ninguna valoración musical que no atendiera a estas circunstancias ya fuera desde un discurso mimético o antagónico.

Julià denuncia en sus compatriotas Manel una falta declarada de insatisfacciones por canalizar, sin que esto signifique que toda la música y el arte deban estar abarrotados de insatisfacciones que canalizar (recordemos sin ir más lejos los casos de la música swing, género de origen afroamericano reciclado por y para blancos durante la década de los 30, o las comedias del screwball del Hollywood de los 50, todas ellas celebraciones de la frivolidad, pero bien que alimentadas por creadores y artistas ejemplares). No nos hemos vuelto locos ni nos hemos olvidado de la praxis consciente del non-sense, la deconstrucción misma del sentido o la supresión crítica de toda profundidad psicológica, pero hallamos en todo esto una tibia y acomodaticia exaltación de lo vacuo, la misma que se encuentra en la música comercial, en la producción mediática de telefilms y teleseries para todos los públicos y otras especies de arte edulcorado.

Las reflexiones de Julià nos llevan a extendernos no sólo sobre la música indie contemporánea, sino sobre toda clase de géneros que nos alteran por su falta de enjundia (decir "compromiso" ya suena arcaico), sobre el concepto mismo de frivolidad en el arte, etc. Quiero entender que la música, así como todo lo auténtico en la vida, ha de exigir de nosotros hasta el último aliento. ¿De qué otro modo, es decir desde una pose de pura presunción fortuita, podría alguien exigirle nada a cambio? La gente habla de la inspiración, del arte por el arte, de una creatividad en definitiva desprovista de esfuerzo, como si de un hecho natural y congénito se tratase. Y por ende todos aspiran a recibir esa creatividad, sea propia o ajena, pero sin estar dispuestos a otorgarle nada a cambio. Se ha apoderado de nosotros un tipo de enfermedad, como argumentaba M. Aguéiev a través del personaje Burkievits en su Novela con cocaína, algo que, según él, había contaminado en todas partes al ser humano. “Esa enfermedad era la trivialidad”, dice el novelista. “Esa trivialidad que consiste en la capacidad del hombre para despreciar todo aquello que no comprende, y cuya magnitud aumenta a medida que crece la inutilidad y la insignificancia de los objetos, cosas y acontecimientos que despiertan la admiración del hombre.”


Esto sucede desde que recibimos las manifestaciones de arte como producto, como mercancía de consumo rápido para las masas. Nos hemos acostumbrado a sintonizar la radio o abrir un libro, de manera que en un segundo recibimos nuestra dosis comprimida de arte, en verdad un universo de ciencias y conocimientos. Nuestra conexión con ese universo se reduce a un impulso fortuito, cortocircuito, arrebato antojadizo que sin embargo no oculta su verdadera aspiración por convertirse a la menor ocasión en agujero negro, trituradora o sumidero por el que fagocitar y regurgitar las edades todas del arte. No se plantea, con este proceder, el consumo de arte como forma de aprendizaje, ni tan siquiera como forma de iniciación, sino como pista rápida por la que dar rienda suelta a los instintos de autogratificación, vanidad y hedonismo. El espectador de cine, el lector compulsivo o el aficionado a la música ligera se erigen así en jueces y verdugos de una mercancía que no comprenden, en portavoces de una estúpida y estupidizante tesis negacional por la que el mundo sería una tabla rasa, en la que todo vale, y los humanos sus insípidos portadores de trivialidades.

Como alternativa a la execrable política del no esfuerzo, vemos el ejemplo de los músicos de blues, los músicos de rock, los que se dejan la piel en cada escenario, como si les fuera la vida en ello. Porque de eso se trata el arte, y por tanto la vida misma: es el desprendimiento paulatino de todo lo que somos, de nuestras fuerzas vitales, de lo que atesoramos y elaboramos con denuedo en favor de un determinado alumbramiento. Alumbramiento que podrá tener mayor o menor acierto, pero cuyo grado de trascendencia sería medible por la claridad de su esfuerzo, el mismo que, para bien o para mal, lo hará sobrevivir o sucumbir en el intento.

4 comentarios:

victor dijo...

Estoy muy de acuerdo en muchas cosas que expones. Los argumentos esgrimidos por ti y en referencia al artículo de Ignacio Julià lo he rebatido con diversos amigos míos sobre el “fenómeno MANEL”. Muchos de ellos los adoran y no entiende que no me puedan gustar, es entonces que hacen gala de comentarios del tipo: “Eres un freakie” “No todo el mundo puede dedicarle tanto tiempo a escuchar música” etc,etc...
No entienden que son fans de un grupo que hacen de la desidia una bandera artística, que no aportan absolutamente nada al actual panorama musical, salvo un intento de normalización lingüística fuera de Catalunya y que son aburridos hasta el infinito y más allá.
Llevo rebatiendo la “autoría” de MANEL con mucha gente. Y todos coinciden en lo mismo: Su música les llega porque son próximos, cercanos, hablan de cosas que entienden, se identifican, joder, también me siento próximo Otis Reading y no hago gala ni bandera de eso, en fin, hace tiempo que me di cuenta que es una guerra perdida, lo peor fue rebatir la irrefutable influencia de la música POP en la cultura popular de los últimos 60 años con un buen amigo mío que aducía que estaba equivocado porque el POP es un género bastardo.
Sí, era tarde y habíamos bebido.
Saludos!!!

victor dijo...

Estoy muy de acuerdo en muchas cosas que expones. Los argumentos esgrimidos por ti y en referencia al artículo de Ignacio Julià lo he rebatido con diversos amigos míos sobre el “fenómeno MANEL”. Muchos de ellos los adoran y no entiende que no me puedan gustar, es entonces que hacen gala de comentarios del tipo: “Eres un freakie” “No todo el mundo puede dedicarle tanto tiempo a escuchar música” etc,etc...
No entienden que son fans de un grupo que hacen de la desidia una bandera artística, que no aportan absolutamente nada al actual panorama musical, salvo un intento de normalización lingüística fuera de Catalunya y que son aburridos hasta el infinito y más allá.
Llevo rebatiendo la “autoría” de MANEL con mucha gente. Y todos coinciden en lo mismo: Su música les llega porque son próximos, cercanos, hablan de cosas que entienden, se identifican, joder, también me siento próximo Otis Reading y no hago gala ni bandera de eso, en fin, hace tiempo que me di cuenta que es una guerra perdida, lo peor fue rebatir la irrefutable influencia de la música POP en la cultura popular de los últimos 60 años con un buen amigo mío que aducía que estaba equivocado porque el POP es un género bastardo.
Sí, era tarde y habíamos bebido.
Saludos!!!

Federico Fernández Giordano dijo...

Sí, seguramente la cualidad de ser “cercanos” sea una de las virtudes de este grupo. En realidad, la diatriba de Ignasi Julià me sirvió de mero trampolín para exponer mis opiniones sobre el tema de la frivolidad en el arte, que por supuesto no la han inventado los mentados Manel. Aburridos, sí. Me obligué a escucharlos antes de publicar el artículo, y lo cierto es que no pude pasar de 3 o 4 canciones. Lo siento, es así. Pero me reitero, más allá de lo subjetivo que pueda haber en la crítica de este grupo en concreto, la frivolidad en el arte sí es un tema objetivo y ése es el verdadero fundamento del artículo. Por lo demás, dile a tu amigo que el pop podrá ser o no ser un género bastardo, pero su influencia en los últimos 60 años es un hecho empírico, no? Un saludo!

Anónimo dijo...

El otro día me infectaron el Facebook con el nuevo videoclip de Manel: "Benvolgut". Lo que me sorprendió fue leer los comentarios del tipo: "El vídeo no mata y el argumento menos pero la iluminación del vídeoclip me parece genial!". ¿Superfluo? ¿Vacuo? ¡Total! Pero esto siempre ha pasado,no? Mientras se producía la explosión del punk sobre todo en Catalunya y en el Pais Vasco, en Madrid se llevaba la edulcorada movida. Con fragmentos como "Me gusta estar rodeada de gente,gente que no conozco formando un ambiente" de la canción de Mecano: Quiero vivir en la ciudad. Guau! Qué profundos los Cano! Por suerte no hay que tirar la toalla del todo y ahora hay cositas interesantes. Suerte tenemos de Internet que te permite descargar álbumes enteros de música que está fuera de los circuitos comerciales - ¿¿¿música "contracultural"???(que sería necesario también definir qué entendemos por contracultura, pero supongo que esto sería otra historia...)- Es curioso observar como ahora que tenemos más acceso a los grupos que están fuera del circuito del merchandasing, nos topamos con otro serio problema: Todo está ya visto y la gente está como desganada. Y por parte de los grupos: la mayoría, de innovar, poco, de actitud transgresora, poca también. Todo son ramificaciones de estilos, letras, comportamientos, épocas no vividas. Vaya generación más manoseadora de estilos! Aburridos ¡Somos unos aburridos!