jueves, 15 de enero de 2009

Algunas reseñas literarias


Michael Chabon
Jóvenes hombres lobo
Mondadori, 2005
240 págs.

Antes del salto mediático obtenido con su segunda novela, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (Mondadori, 2002), ganadora del premio Pulitzer 2001, Michael Chabon ya había explorado con éxito la narración corta en sus publicaciones para The New Yorker, recopiladas más tarde en Un mundo modelo (Anagrama, 1995), y en el tomo que aquí presentamos.

En este volumen, así como en el resto de sus obras, Chabon nos muestra un retrato ácido, aunque hilarante, de la clase media americana nacida de la inmigración y el progreso socioeconómico de los ochenta. Puede palparse la atracción del autor por los mundos encontrados, por la tensión generada entre los contrarios: la infancia y la madurez, el sueño y la realidad, la locura y la cordura cuyos límites terminan por invertirse y desvelarse inextricables. Los personajes de Jóvenes hombres lobo viven en el permanente conflicto entre la solidez aparente de sus conductas racionales y los deseos y pulsiones más íntimos e inconfesables. Tal es el caso del señor Green, padre divorciado y autor de un manual de conducta paterna cuyos preceptos incumple sistemáticamente. O el de la joven pareja venida a menos de “Cacería de casas”, que inesperadamente sucumbe a sus instintos más bajos en el transcurso de una visita aparentemente anodina... Como éstas, otras muchas situaciones cómicas, y en su justa medida grotescas, nos mueven a reflexionar si la sinrazón propia de nuestros deseos no es en verdad más útil y efectiva que los acartonados dogmas del convencionalismo y el sentido común.

Chabon se lo juega todo a una carta, la de una impecable y fluida narración que en ningún momento echa en falta las descripciones recargadas o la intención puramente estética. En este sentido Chabon es un escritor plenamente moderno, reluctante hijo del rhythm y la ironía mordaz que en su momento cultivaron John Updike o Bruce Jay Friedman. La mirada desencantada a la vez que iniciática del mundo, propia de la literatura norteamericana, aún se destila en los personajes de Jóvenes hombres lobo, en su mayoría atrapados en la difícil y precoz ambigüedad existencial previa a la madurez y enfrentados de este modo a las imperfecciones de su condición humana. No en vano Chabon hace de ellos un dechado de contradicción y efímero equilibrio, transitando a menudo y con esfuerzo por lo que Joseph Conrad llamó “la línea de sombra”: ese momento en que los ideales y sueños de juventud se convierten en acuciante realidad, en la sórdida lucha con nuestros semejantes y en el anhelante tedio de una vida condenada a la insatisfacción.

Esta reseña fue originariamente publicada en la revista Lateral.



Frédérique Vargas
Que se levanten los muertosSiruela, 2005
260 págs.

Desde su debut en 1986 con Les jeux de l'amour et de la mort, ganadora del Premio de Novela Policiaca del Festival de Cognac, la escritora francesa Frédérique Vargas no ha dejado de abrumar a sus lectores con una incansable producción literaria que ya suma quince títulos publicados, lo que nos daría un promedio de 15,2 meses dedicados a cada libro, lo cual, si bien ha hecho de Vargas una personalidad en el ámbito de la actual novela policiaca, no ha logrado darle todavía la cualidad de best-seller mundial por la que sus obras suspiran calladamente.

Que se levanten los muertos (Premio MystËre de crítica 1995) arranca con un hecho insólito: al levantarse una mañana, uno de los personajes encuentra que alguien ha plantado un árbol en su jardín. Más tarde hallarán a este personaje muerto en extrañas circunstancias, en cuya investigación se verá implicado el carismático trío protagonista de la novela, especie de refrito estandard de la ya clásica formación triangular compuesta por personalidades en contraste (los tres Mosqueteros, Hnos. Marx, etc), en este caso tres estudiantes de Historia en paro, articulados a su vez por un viejo detective que actúa como aglutinador de este grupo dispar, fiel continuador del pícaro policía a medio camino entre Monsieur Dupin y su contrapartida, el ladrón Arsenio Lupin.

El estilo de Vargas, sin carecer de gracia y estilo, no aspira a remover ni un poco el lenguaje ni a servirse de éste de manera personal. El enfoque es el de un híbrido entre el retrato naturalista, típico de la novela policiaca francesa, y la deducción geométrica propia de los autores ingleses, aunque Vargas se centra en los aspectos humanos de sus personajes, no tanto en las interioridades de la psique, lo cual deja poco lugar para lo discursivo o lo imaginario. Tal cosa nos lleva al problema sustancial de esta novela, y es que, si bien el género policiaco fue un género infravalorado en sus inicios, y en tanto sus autores de más calidad y renombre corrigieron con el tiempo este equívoco, hoy en día es infrecuente una obra policiaca que no plantee o cuestione en alguna medida la condición humana. Por ello es aún más grave la carencia de interrogantes o cuestiones de orden trascendente en el libro, o, como mínimo, que apuntasen a un terreno allende la mera estructura formal del mismo. A pesar de esto y de sus soluciones y giros en ocasiones inverosímiles, Vargas logra ser una escritora amena, apta para lectores poco exigentes, pues su novela crea uno de esos espacios de literatura calma y sin sobresaltos que no buscan el experimento narrativo y en los que el lector puede transportarse por unas horas al reconfortante mundo de la intriga.

Esta reseña fue originariamente publicada en la revista Lateral.



Bernhard SchlinkEl fin de Selb
Anagrama, 2005
245 págs.

En la actualidad el género policiaco atraviesa un proceso de retroalimentación que hunde su faz en los sistemas que dieron fama a dicho género, sistemas cuya efectividad ha sido ampliamente tratada y desarrollada. A pesar de todo, el policiaco sigue siendo un campo ideal para todos aquellos empeñados en retratar la cara más sombría y conflictiva del ser humano.


El fin de Selb es la última entrega de una serie compuesta de tres novelas protagonizadas por el mismo personaje y que tanto éxito han cosechado en Alemania, su país de origen. En este volumen encontramos una narración tan correcta y sobria como puede serlo el rostro jurídico del autor de El lector (Anagrama, 2003). La trama cumple un itinerario clásico, sólo interrumpido por cierto ánimo de contemplación medido con cuentagotas, paseándonos por las laderas verdigrises de la Alemania alpina. La historia fluye ante nosotros sabiamente, sucediéndose los hechos de manera natural y contenida incluso cuando se nos relata un accidente automovilístico. Y de hechos trata la obra de Schlink, o como mínimo la de Selb. La pura investigación detectivesca que se despliega en torno a un enrevesado crucigrama en el que no faltan los elementos del thriller, MacGoofin’ y mafia rusa incluidos, para a continuación meternos de cabeza en la indagación de archivo, en las cuentas y operaciones secretas de inapelables bancas enquistadas en la bruma de un pasado turbio. Todo ello de la mano de un detective de la tercera edad que se las compone entre sus problemas coronarios, una relación imposible y los remordimientos de una vida desfigurada por el nazismo, haciendo gala, a modo de bálsamo, de un cínico estoicismo.

En ésta como en otras novelas de Schlink, el trauma de la depresión posbélica se imprime en sus páginas como una oscura hendidura que a la menor ocasión rezuma de agonía mal suturada. El pasado es para sus personajes un espectro del que no logran escapar, que cada poco regresa de lo profundo para estallar ante ellos de forma abrupta. Así las imágenes de ese Berlín abierto en canal, cuyas entrañas de asfalto en reconstrucción emulan una vieja herida sin cicatrizar. Tal vez para redimir ese pasado vergonzoso del que tanto Selb como Schlink tratan de huir, el protagonista de la novela, detective y fiscal retirado, desarrolla una calidad y altura éticas intachables, que sin embargo lo convierten en un personaje algo artificioso y recalcitrante como pretendido modelo de incorruptibilidad humana. Y es que, si los jueces del mundo fuesen la mitad de honrados que Selb, puede que Schlink no tuviera sobre qué escribir.

Esta reseña fue originalmente escrita para la revista Lateral, aunque nunca llegó a publicarse.


Las siguientes reseñas, más breves, fueron originalmente publicadas en la revista Lo+ de Castelldefels. 


Thomas De Quincey
Los Césares y otras obras selectas
Valdemar – 389 págs.

Aunque el conjunto de textos recopilados en este libro pasaría bajo el género de “ensayos”, lo cierto es que el estilo de este portentoso autor victoriano es uno de los más lúcidos y bellamente literarios de la historia, cuyos escritos combinan una visión del mundo crítica y mordaz con un refinado gusto por lo narrativo. Conocido mundialmente por su libro autobiográfico Confesiones de un inglés comedor de opio (1821), De Quincey dejó en verdad un legado mucho más extenso de lo que hasta tiempos recientes conocíamos por sus escasas traducciones. Es por ello que, de un tiempo a esta parte, están editándose por primera vez en lengua castellana muchas de las obras menos conocidas del autor. Dotado del sutil sentido del humor y la sensibilidad mercúrica que caracterizaban al opiómano escritor, Los Césares reúne a su vez un erudito conjunto de ensayos sobre figuras históricas de la talla de Homero, Herodoto o Judas Iscariote. Imprescindible.



James Salter
La última noche
Salamandra – 156 págs.

James Salter es uno de los escritores norteamericanos más celebrados de las últimas décadas. Autor minimalista, tanto en su estilo como en la brevedad de su obra –sólo ha publicado siete libros desde su primera novela, Pilotos de caza (1956)--, el suyo es uno de esos casos que destilan una impronta singular, la personalidad particular y solitaria de un bon-vivant con voz propia dentro de los grandes estilos que caracterizan la literatura norteamericana del siglo XX. En este libro de relatos, con la estocada corta y calculada de un narrador añejo, Salter aborda de nuevo sus temas recurrentes, y que podrían englobarse en esa inagotable cantera de sombras y ambigüedades que son las relaciones humanas. A través de relatos breves y concisos, Salter afronta los terrenos más espinosos del alma con su habitual contención y el saber hacer de la experiencia. Toda una lección de maestría.



Torsten Krol
Callisto
Salamandra, 382 págs.

Segunda entrega del talentoso novelista Torsten Krol, seudónimo de un escritor que se mantiene en el anonimato y al que no conocen ni su agente ni sus editores, ya que se comunica únicamente por e-mail. Aunque se cree que vive en la Australia profunda, Torsten Krol viene esta vez a la carga con una memorable radiografía del corazón oscuro de Estados Unidos, a través de la historia de Odell Deefus, un joven blanco de pocas luces y dos metros de estatura que atraviesa el desierto de Kansas para alistarse en el ejército. Pronto su viaje hacia la nada se trunca y se ve envuelto en una larga serie de despropósitos y personajes inquietantes. Callisto es una sátira moderna contada desde la perspectiva de un necio, pero bajo la pluma maestral de Krol esa misma mirada se convierte en un instrumento ameno, corrosivo e inteligente, capaz de resaltar la complejidad de un mundo sumido en el absurdo.

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