El siguiente artículo está dedicado a una de las obras más complejas, multifacéticas y definitorias de la música contemporánea, y es sin duda un claro ejemplo de la particular forma de concebir y plasmar la música que tenía Frank Zappa, cuyo desarrollo a lo largo de más de sesenta discos en poco más de dos décadas (con la participación de músicos que van desde la London Symphony Orchestra o la Ensemble Modern de Frankfurt a personajes de la talla de Captain Beefheart, George Duke, Adrian Belew, Terry Bozzio o Steve Vai) ha dado lugar a un estilo que bien podría llamarse “la música total”.
Lo cierto es que ningún músico de la actualidad habrá completado su formación sin haber escuchado el Overnite, y no hacerlo constituye en sí mismo un acto de arrogancia. Aunque bandas como Chicago y Blood Sweat and Tears ya habían ensayado con anterioridad la fusión rock-sinfónica (cuyas potentes secciones de viento debieron de influir en el propio Zappa), en Overnite hallamos una sofisticada disposición de los géneros musicales más importantes del siglo XX, dándose cita en este disco para transfigurarse en la voz personal e inclasificable de su autor. En esta obra, tal vez más que en ninguna otra del compositor californiano, tenemos la certeza de hallarnos ante el final de un círculo perfecto, culmen de un recorrido de 380 grados al que Zappa nos conduce de la mano por las laderas del rock, el funk, el jazz, el fusion o la orquestación sinfónica, siempre dotado de su característico sentido del humor, criticismo y autorreflexión, cualidades que lo convierten en un autor inesperadamente humilde ante las pretensiones de trascendencia con que otros autores menos talentosos quieren engalanarse.
Corre el año 1973; es el Renacimiento de Zappa; las histriónicas Mothers, así como la ambición musical sin límites de su líder, evolucionan hacia una faceta reorganizativa que requiere músicos de gran talento capaces de no caer en el mero virtuoseo y que sepan adaptarse a la improvisación dentro de una estructura marcada. Ésta será una de las claves para comprender el universo zappiano que en Overnite comienza a descollar: la concepción de una música flexible dentro de su integración en líneas racionales de composición. En esto Zappa se desmarca claramente de las tendencias experimentales, punk, minimalistas o deconstructivas de su tiempo. Por este motivo, la insistencia puesta en la técnica, en la construcción positiva, le valdría al compositor la incomprensión de sus contemporáneos, situándose en un campo que busca enriquecerse de las herramientas de composición convencionales para ensayar una modificación musical desde dentro de la música. Por eso Zappa, para usar la famosa combinación de conceptos acuñados por Umberto Eco, es una perfecta (así como rara) muestra de artista apocalíptico-integrado, un anfibio que se sirve de las reglas de juego tradicionales para lograr un discurso en absoluto tradicional. Recordemos la original concepción orquestal de Zappa, según la cual veía a los músicos de sus diferentes formaciones como a los actores de una película: permitiéndoles la improvisación y desarrollando al máximo sus posibilidades individuales, pero manteniéndolos siempre integrados en un conjunto arquitectónico de líneas claras y precisas. Esto suele resultar en un efecto cuanto menos sorprendente, y es que, al escuchar a Zappa se concibe la inusual sensación de estar oyendo una improvisación sinfónica.
El CD de Overnite actualmente en circulación comienza con el corte "Camarillo Brillo", uno de sus temas más insignes y entrañables. Canción acústica, dotada de una profunda lírica que la voz de Zappa conduce en una de sus mejores narraciones, ornado de nostálgicos arreglos de viento y elegantes fraseos de guitarra. Debe destacarse el trabajo del batería Ralph Humphrey, que le da a su acompañamiento la agilidad propia de un instrumento solista.
"I’m the slime" es un corte oscuro en el que se aprecia esa fusión de estilos a la que hacíamos referencia, marcado por potentes solos de guitarra y que en su recta final nos deja una sensacional sección de bajo a cargo de Tom Fowler. Como es habitual, Zappa no desaprovecha para introducir letras corrosivas que harían sonrojar a los mismísimos beatniks, y puede que fuese el primer autor abiertamente anti-stablishment.
En la línea de temas “convencionales” que Zappa sabía hacer cuando quería, "Dirty love" es un rock de lujo, conciso y de nervadura musculosa, elaborado sobre una sólida estructura de aromas blues y funk. Un bocado exquisito.
Le sigue "Fifty-fifty", tema que arranca con una rítmica rápida y endiablada, en la que puede apreciarse la fabulosa integración de esta banda diversa, una de las primeras multiétnicas. Da la sensación de que Zappa compusiese este corte a fin de dar lugar a una de sus herramientas favoritas: el instrumento solista. Tras la aparente irreverencia de un genial Ricky Lancelotti a la voz cantante, "Fifty-fifty" alberga una serie de tres solos sucesivos a cuál de ellos más memorable: en primer lugar el de un soberbio George Duke al órgano; seguido de Jean-Luc Ponty en estado álgido, cuya ejecución nos brinda una muestra de solo perfectamente estructurado; y para acabar el deliberadamente desatado guitarreo de Zappa en uno de sus momentos más sanguíneos.
Y de este modo llegamos a un título que sentaría cátedra en la profusa producción zappiana: "Zomby woof". Éste es un tema que enseguida llama la atención por su complejidad y precisión técnica, por la atención puesta en cada síncopa, la voluntad de crear un discurso constructivo dentro de la experimentación alucinatoria que impregnaba el rock de aquellos años. La orquestación sinfónica que abre el corte pronto se ve enriquecida con la aparición de distorsiones, coros de dibujo animado y violentos sincopados que revisten este tema de un aire esquizoide. De nuevo el vocalista Ricky Lancelotti (prodigioso cantante que, según dice la leyenda, solía llevar una 45 durante los ensayos) aporta un fenomenal tono soul-pasado-de-vueltas, y el tema llega a una planicie de experiencia musical durante un enérgico solo de guitarra al más alto nivel.
"Dinah-Moe Humm" es un tema controvertido marcado por la narración vocal de Zappa, basado en una estimulante rítmica funk-psicodélica. En un fragmento de este tema escuchamos un anticipo de esos excéntricos coros a mitad de camino entre la sinfonía y el jazz, y que en el siguiente tema Zappa terminará de desarrollar.
La introducción de "Montana" es una de las más características del vuelo creativo de Zappa; de nuevo encontramos una ejecución precisa que pone el acento en una original mixtura sinfónico-rítmica. Dicha introducción es una muestra de “caos controlado” en poco más de 15 segundos, y no es exagerado decir que, de un plumazo, Zappa logra contraponer y ensamblar el clasicismo musical con la modernidad. Luego el tema se vuelve tranquilo, la voz del maestro nos sumerge en una cadencia reposada, arreglos contenidos, etc, hasta llegar al solo de guitarra, un momento musical de gran belleza, tanto por el solo en sí mismo como por la magnífica sección rítmica en la que está apuntalado como en una nave de crucero. Le sigue un pasaje coral que es un claro producto de la conjunción sinfónico-rítmica antes mencionada. Como dato curioso, decir que las ejecutantes de este complicado coro fueron las Ikettes, con Tina Turner a cargo del catering.
Al igual que ocurre en la música de Edgard Varèse, compositor a quien Zappa admiraba más que a ningún otro, el aparente caos y desintegración de sus composiciones encierra en verdad una calculada estructura organizativa. Asimismo, Zappa no se limita a una mera fusión o mixtura de estilos; el suyo es un discurso innovador con voz y estilo propios. Pero, si bien la complejidad y audacia técnicas de Over-nite sensation colocan a Zappa junto a los compositores más importantes de la historia, no debe perderse de vista el hecho de que a su vez era un profeso admirador de los bluesmen, lo cual es palmario en su inimitable técnica de guitarra, que combina inteligencia y energía a partes iguales. “Para mi gusto –declaró en una ocasión--, esos solos son ejemplares –se refiere a los de Johnny Guitar Watson, Guitar Slim y BB King— porque lo que se está tocando es honesto y, de forma musical, una extensión directa de la personalidad de los hombres que los tocaron. Si yo fuera crítico musical, tendría que decir que esos valores para mí significan más que la habilidad para interpretar frases limpias o nubes de notas-mosquito bien entrenadas” (modestias del maestro: nadie ignora que Zappa entrenaba muy bien sus dedos…) .
Como ocurre con todo gran artista, la expresión surge de él mezclada de reflexión y dosis considerables de sentimiento. Zappa pertenecía a esa clase de talentos que hacen de la ambivalencia un estilo, de sus contradicciones un universo cabal y complejo. Una ambivalencia capaz de transitar de lo hilarante a la seriedad máxima en una misma suite, capaz de explorar y llevar al límite, como el capitán de un submarino nuclear-musical, las posibilidades de un arte inagotable. Y es que, al igual que ese otro genio del claroscuro que fue
BILLY WILDER, Zappa dominaba el difícil arte de tomarse a broma esto de hacer cosas serias.
BILLY WILDER, Zappa dominaba el difícil arte de tomarse a broma esto de hacer cosas serias.
Yippy-Ty-O-Ty-Ay!