jueves, 24 de marzo de 2016

Espectros de Derrida




"Pero ¿qué pensar hoy de la imperturbable ligereza que consiste en cantar el triunfo del capitalismo o del liberalismo económico y político, ‘la universalización de la democracia liberal occidental como punto final del gobierno humano’, el ‘fin del problema de las clases sociales’?, ¿qué cinismo de la buena conciencia, qué denegación maníaca puede hacer escribir, cuando no creer, que ‘todo lo que obstaculizaba el reconocimiento recíproco de la dignidad de los hombres, siempre y en todas partes, ha sido refutado y enterrado por la historia’? (Allan Bloom)

(…) ¿hay que recordar otra vez que nunca la democracia liberal de forma parlamentaria ha sido tan minoritaria ni ha estado tan aislada en el mundo? ¿Que nunca estuvo en semejante estado de disfuncionamiento en lo que se llaman las democracias occidentales? La representatividad electoral o la vía parlamentaria no sólo está falseada, como fue siempre el caso, por un gran número de mecanismos socio-económicos, sino que se ejerce cada vez peor en un espacio público profundamente trastornado por los aparatos tecno-tele-mediáticos y por los nuevos ritmos de la información y de la comunicación (…)

(…) Señalemos de un plumazo lo que amenazaría con hacer que la euforia del capitalismo demócrata-liberal o socialdemócrata pareciese la más ciega y delirante de las alucinaciones, o incluso una hipocresía cada vez más chillona con su retórica formal o juridicista sobre los derechos humanos. (…) no bastará con señalar con el dedo la masa de hechos irrecusables que este cuadro podría describir o denunciar. La cuestión, muy brevemente expuesta, sería (…) la de la doble interpretación, la de las lecturas rivales que este cuadro parece reclamar y obligarnos a asociar. Si se nos permitiera indicar estas plagas del ‘nuevo orden mundial’ en un telegrama de diez frases, tal vez escogeríamos las siguientes: 1. (…) la desregulación regular (…) 2. (…) una nueva experiencia de las fronteras y de la identidad (…) 3. (…) la aplicación inconsecuente y desigual del derecho internacional (…) 4. La incapacidad para dominar las contradicciones en el concepto, las normas y la realidad del mercado liberal (…) ¿Cómo salvaguardar sus propios intereses en el mercado mundial al tiempo que se pretende proteger sus ‘conquistas sociales’?, etc. 5. La agravación de la deuda externa (…) 6. La industria y el comercio de armamentos (…) inscritos en la regulación normal.

(…)

Una ‘nueva Internacional’ se busca a través de esta crisis del derecho internacional, denuncia ya los límites de un discurso sobre los derechos humanos que seguirá siendo inadecuado, a veces hipócrita, en todo caso formal e inconsecuente consigo mismo mientras la ley del mercado, la ‘deuda exterior’, la desigualdad del desarrollo tecno-científico, militar y económico mantengan una desigualdad efectiva tan monstruosa como la que prevalece hoy, más que nunca, en la historia de la humanidad. Pues, hay que decirlo a gritos, en el momento en el que algunos se atreven a neoevangelizar en nombre del ideal de una democracia liberal que, por fin, ha culminado en sí misma como en el ideal de la historia humana: jamás la violencia, la desigualdad, la exclusión, la hambruna y, por tanto, la opresión económica han afectado a tantos seres humanos, en la historia de la tierra y de la humanidad. En lugar de ensalzar el advenimiento del ideal de la democracia liberal y del mercado capitalista en la euforia del fin de la historia, en lugar de celebrar el ‘fin de las ideologías’ y el fin de los grandes discursos emancipatorios, no despreciemos nunca esta evidencia macroscópica, hecha de innumerables sufrimientos singulares (…)."  

Jacques Derrida; en conferencia ante la Universidad de California (Riverside), 1993; recogido en Espectros de Marx; 3, "Desgastes (Pintura de un mundo sin edad)"

viernes, 18 de marzo de 2016

No lo pienses dos veces. Piénsalo una vez más.




Hay personas en este mundo que hacen gala de un gran sentido práctico, y más aún, que han convertido esa mentalidad del sentido práctico en una ideología. Dicha ideología del sentido práctico y la acción, por cierto, es la misma que fundamenta el viejo complejo del anti-intelectualismo en este país, si no en todos los países industrializados en general: se desprecia al intelectual, al que vive consagrado a las ideas, por ser considerado –equivocadamente-- alguien que no toma partido con la acción, con la realidad o con la terrenalidad. Los feligreses de la acción nos miran a nosotros, los que (a sus ojos) parecemos intelectuales y amanuenses, como si fuéramos lunáticos ermitaños que hubieran perdido el contacto con el mundo.

Pero será preciso (aunque, ciertamente, inútil) declarar que es justo lo contrario lo que aquí ocurre: la tarea que se diría propia del “intelectual” (leer, escribir, pensar) es aquella que nos conecta, me parece, de un modo mucho más fehaciente con la realidad, la que compone un mapa con sentido del mundo que de otro modo sólo sería un espacio en blanco. Más aún: la tarea de leer lo escrito y lo pensado por otros es la única actividad verdaderamente "solidaria" --pues es aquella actividad con la que verdaderamente "entramos en contacto" con otros entes: la lectura, y todo lo relacionado con el habla y la escritura, por consistir en un permanente diálogo con otros sujetos pensantes, es el acto de "relacionabilidad" por excelencia, el más profundo y antiguo que se conoce, mucho antes de las redes dudosamente sociales. (Habría que terminar para siempre con la idea del escritor o el poeta solitarios, pues éstos no sólo establecen más lazos y cadenas cognitivas entre sus semejantes que, pongamos por caso, quien sólo ha leído el periódico deportivo en su vida, sino que esos lazos son a su vez los más realísticos y penetrantes.) Y ello ocurre sin ninguna relación inmediata con el mundo, sino a través de un código lingüístico al que llamamos simbólico.  

Así, el que experimenta una gran catástrofe, una tragedia para la que no hay o no se encuentran palabras adecuadas, una conmoción tal que a su lado todo parece una ironía superflua y tibia, incluidos los códigos simbólicos... el que ha experimentado así, pues, ya no es dueño de ningún distanciamiento crítico-simbólico; el suyo es el espacio de la pura inmediatez, la pura cárcel del dolor cruento y atenazante. Por ello ha sido tan útil siempre, en la historia de las farsas gubernamentales y políticas del mundo, la creación de espacios de tensión y estrés insoportables, en los que el individuo es privado de su reflexión crítica mediata.     

Ese presunto contacto inmediato con el mundo --el cual sería, siempre según la ideología pragmática, la única forma posible de acción política-- es en verdad una entelequia que no se sostendría ni un segundo sin los constructos virtuales del pensamiento. No hay tal cosa como un contacto real con las cosas, ni con las personas; toda la "ideología de la acción" no es más que eso, una pura ideología, y es por ello seguramente que las filosofías de la transformación del mundo, empezando por Marx, han resultado siempre proyectos "realizables", pero nunca "realizados" --aunque no por ser "irrealizados" sean menos necesarios. Lo verdaderamente útil y práctico, si me apuran, es pensar aquello que es inútil/irrealizable. Quien piensa únicamente en lo realizable (lo fáctico) es preso de una visión limitada del mundo, pues piensa el mundo como un orden constituido fuera de su espacio simbólico. 

El "hombre realista" padecería así una suerte de esquizofrenia, que lo impelería a creer en la posibilidad de un mundo constituido –esto es, regido y sostenido por una cantidad de elementos enumerables—, en la posibilidad de un mundo constituido ahí fuera esperándole (y esperándole solamente a él); para el hombre de acción, el mundo es una perfecta relación sinérgica sujeto-objeto; el suyo es un mundo hecho y organizado, y por tanto cualificado para devolverle algo (una imagen, una respuesta…). El hombre de acción espera que haya un mundo (un sistema, en último término), y por tanto espera algo clarificable de ese mundo-sistema.   

Lo cual sería sin lugar a dudas el acto más descabellado e irrealista de todos: pues no existe tal cosa como algo constituido en el mundo. Todo en él (y también el Sistema) está abierto y en proceso de cambio. Es preciso concebir no sólo el mundo, sino también ese sistema simbólico que mencionábamos arriba, el topos léxico, como un lugar borgiano hiperdimensional infinitamente poliédrico, infinitamente inacabado y en proceso de construcción, en su fusión "crítico-práctica" (para Marx, contrariamente a lo que se podría pensar, la idea es indisociable de la materia. Es esta especie de "fusión" [crítico-práctica] la gran novedad que el autor de las Tesis sobre Feuerbach plantea sobre el universo materialista, y que resultaría inabordable desde la óptica limitada del "materialismo vulgar"). Correlativamente, bajo la óptica de este materialismo aumentado que nos plantea Marx, la acción así entendida como "crítico-práctica" (y no meramente contemplativa), y sobre todo como "actividad humana" indisociable del espíritu, es mucho más que un mero acto; es siempre, diremos aquí, un tipo de creación, un tipo de poiesis. Para ponerlo en términos marxianos, se trataría de un tipo de producción, pero no una producción cualquiera, sino una producción de realidad que tiene lugar en el espacio impreciso de una interacción entre lo simbólico y lo real.    

En resumen, el pensamiento intelectual es siempre un tipo de "inter"-acción (una acción aumentada, "interina"). A diferencia de la acción simple del hombre práctico o del materialismo mecánico, los cuales "transforman" la realidad (en el sentido de "distorsionar", "readaptar", "reinterpretar") para poder mejor concebirla, a diferencia de esta acción simple, pues, nuestra acción aumentada -que nace en el pensamiento- concibe la realidad para poder mejor transformarla.  

Mi consejo, pues, para este viernes de locura (que seguramente yo me pasaré sentado frente al ordenador o la tele, con mi proceso gripal galopante) sería el siguiente: hay que amar a los que piensan y no actúan. Es preferible la Hiper-Acción a la mera hiperactividad que no crea nada, que no transforma nada. Y cuando oigáis el sambenito de: "no pienses, ¡actúa!", huid como si os llevara el Diablo.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Giorgio Agamben. 2. Capitalismo y religión




"El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Benjamin. Según Benjamin, el capitalismo no representa sólo, como en Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla en modo parasitario a partir del Cristianismo. Como tal, como religión de la modernidad, está definido por tres características:

»1) Es una religión cultual, quizá la más extrema y absoluta que haya jamás existido. Todo en ella tiene significado sólo en referencia al cumplimiento de un culto, no respecto de un dogma o de una idea.
»2) Este culto es permanente, es 'la celebración de un culto sans trêve et sans merci'. Los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran.
»3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. 'El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante… Una monstruosa conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal… y para capturar finalmente al propio Dios en la culpa… Dios no ha muerto, sino que ha sido incorporado en el destino del hombre.' Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la redención, sino a la culpa; no a la esperanza, sino a la desesperación, el capitalismo como religión no mira a la transformación del mundo, sino a su destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo de tal modo total, que aun los tres grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según Benjamin, con él; son solidarios, de alguna manera, con la religión de la desesperación. 'Este pasaje del planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su recorrido es el éthos que define Nietzsche. Este hombre es el Superhombre, esto es, el primer hombre que comienza conscientemente a realizar la religión capitalista.' Pero también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: 'Lo reprimido, la representación pecaminosa… es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente paga los intereses.' Y en Marx, el capitalismo 'con los intereses simples y compuestos, que son función de la culpa… se transforma inmediatamente en socialismo'.

» (...) Podremos decir, entonces, que el capitalismo, llevando al extremo una tendencia ya presente en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el paso de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único, multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje– son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como ha sido sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos, exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable."

Giorgio Agamben; en ¿Qué es un dispositivo?

Giorgio Agamben. 1. Qué es lo contemporáneo




"El poeta —el contemporáneo— debe tener fija la mirada en su tiempo. Pero ¿qué es lo que ve quien observa su tiempo, la sonrisa demente de su siglo? En este punto quisiera proponerles una segunda definición de la contemporaneidad: contemporáneo es aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente. Pero ¿qué significa 'ver las tinieblas', 'percibir la oscuridad'?

»Una primera respuesta nos la sugiere la neurofisiología de la visión. ¿Qué nos pasa cuando nos encontramos en un ambiente en el que no hay luz, o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la oscuridad que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos dicen que la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, llamadas justamente off-cells, que entran en actividad y producen esa particular especie de visión que llamamos oscuridad. Por lo tanto, la oscuridad no es un concepto exclusivo, la simple ausencia de luz, algo como una no-visión, sino el resultado de la actividad de las off-cells, un producto de nuestra retina. Esto significa, si regresamos ahora a nuestra tesis sobre la oscuridad de la contemporaneidad, que percibir esta oscuridad no es una forma de inercia o de pasividad, sino implica una actividad y una habilidad particular, que, en nuestro caso, corresponden a neutralizar las luces que provienen de la época para descubrir sus tinieblas, su oscuridad especial, que, sin embargo, no se puede separar de esas luces.

»Puede decirse contemporáneo sólo aquel que no se deja cegar por las luces del siglo y que logra distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad. Sin embargo, con todo ello, no hemos logrado todavía responder a nuestra pregunta. ¿Por qué el lograr percibir las tinieblas que provienen de la época tendría que interesarnos? ¿No es quizá la oscuridad una experiencia anónima y por definición impenetrable, algo que no está dirigido a nosotros y que no puede, por eso mismo, correspondernos? Al contrario, el contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige directa y especialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo."


Giorgio Agamben; en ¿Qué es lo contemporáneo?